La semana pasada me volví a encontrar con un artículo que publicó The Economist en diciembre del año pasado sobre la economía de la delgadez y me volvió a revolver todo,
tal como sucedió hace seis meses. La premisa central del artículo, que tiene el humor cáustico usual de The Economist y que ayuda a matizar la ira que me dio el artículo, es que las mujeres, racionalmente, deben intentar ser lo más delgadas posible ya que existe una relación causal directa entre el peso corporal de una mujer y sus posibilidades de ascender en el mundo corporativo.
Salgamos primero de las dudas. El hecho de que exista esta relación no implica que exista una entre el peso y la capacidad de una persona, sino que confirma, por el contrario, que existe un sesgo gigantesco en el que se juzga a las personas, particularmente a las mujeres, por su peso. Y esto trasciende el mundo corporativo. La delgadez, desde finales del siglo XIX, se asocia con el estatus y la posición socio - económica. Los alimentos saludables son costosos y los regímenes de ejercicio requieren tiempo y recursos con los que no cuentan la mayoría de las mujeres que deben cargar con el trabajo de cuidado no remunerado, además del trabajo formal, de llegar a tenerlo. No soy experta en gordofobia ni en nutrición, a pesar de que llevo muchos años luchando contra el monstruo que me juzga todos los días en el espejo. Y es un monstruo poderoso que espero vencer, porque lo heredé nde mi abuela y de mi madre y mi meta es que esta herencia no la reciban mis hijas. De lo que tristemente sí puedo hablar con autoridad es de las historias de mujeres a mi alrededor que han perdido tiempo, dinero y energía tratando de ocupar menos espacio.
La máxima expresión de esta historia fue mi abuela Margarita Vargas de Valencia. Y escribo su nombre con apellidos porque espero que esto sea un homenaje a su vida. Y ojalá también una redención. Para mí es un recuerdo de las cosas con las que me quiero quedar y las que quiero dejar. La historia la voy a contar rápidamente. Margarita fue la menor de cinco hermanos, su mamá fue una mujer recia que se ganó la vida enseñándole a otras a usar la máquina Singer hasta que se casó con un abogado cucuteño y liberal. Aclaro lo de liberal porque así le hubiera gustado a ella. Su esposo llegó a ser parte de la Corte Suprema de Justicia y eso llevó a su familia cucuteña a vivir a Bogotá. Margarita, estudió con monjas gringas en el colegio y le enseñaron a rezar el Padre nuestro en inglés. Con su título de bachiller, entró a estudiar artes liberales en la recién creada Universidad de los Andes y unos años después entró a estudiar Derecho en la Universidad Nacional. El título de abogado, con “o” en ese momento, lo obtuvo siendo mamá de 4 hijos que nacieron en un espacio de 6 años. Su esposo, mi abuelo, fue su socio en todo.
Empezaron con poco, pero armaron juntos negocios e inversiones que los llevaron lejos. Aunque la cara visible y el título de genio visionario se lo daban a él, los más curtidos en los negocios sabían que la que sabía de plata, era ella. Tanto, que la nombraron miembro de la junta directiva de uno de los 10 grupos empresariales más grandes de los 80s y 90s, antes de que habláramos del Club del 30%1. Cuando cumplió 70, le entregaron su consabido esfero dorado y le hicieron una linda fiesta de despedida, como a los señores.
Los logros en el mundo de los negocios de Margarita fueron impresionantes. Hoy la hubieran invitado a todas las reuniones que hay de women in business, women in tech, women entrepreneurs y women muchas cosas. Pero a pesar de todo, nunca se sintió cómoda con ese éxito. Nunca lo celebró. Una de las razones por las que no logró celebrarse es que no cumplió con el mandato de caber en una talla 8. Ni en una 10, ni en una 12. Era una mujer enorme en todo sentido. Medía casi 1,80, calzaba 41 y tenía un cuerpo grande. Inundaba los espacios a los que llegaba con su energía. Eran tan enorme, que no logró ser pequeña a pesar de intentarlo por más de 80 años y haberse encogido por lo menos 15 cm en sus últimos años.
Intentó ser más pequeña con cirugías y odiando su cuerpo todos los días. Lo intentó hablando más pasito y sintiéndose culpable cuando no controlaba su risa, su volumen y sus comentarios. Lo intentó con dietas y prohibiendo tajantemente la mantequilla y el azúcar a pesar de que se moría de hambre y su esencia era cocinar y atender espléndidamente. Lo intentó vistiéndose recatadamente, aunque lo que le gustaban eran los estampados, los colores, los aretotes y su collar de jade que le llegaba hasta casi el ombligo. Lo intentó minimizando los éxitos que tuvo, minimizando sus ideas, y enseñándole a las mujeres cercanas a su vida a que así era que tenían que ser las cosas. Y a pesar de todos sus esfuerzos, afortunadamente siguió siendo enorme hasta el último día.
Mi redención es jamás ser menos de lo que soy a pesar de que me cuesta trabajo. Mi redención es comprar zapatos de mi talla y usar los que me heredó mi abuela con orgullo; dejar de criticar mis piernas, que, según su sentencia, son Vargas como las de ella; reconciliarme con mi capacidad de ver las cosas de una forma diferente y decirlo duro, y abrazar mi gusto por los colores y los estampados. Lo racional, queridos The Economist, es no perder tiempo tratando de ser delgadas sino usar esa energía, que es descomunal, en ocupar todo el espacio que tengamos que usar para ser lo que somos y abrir los cupos para que todos puedan hacer lo mismo. Racionalmente, nadie puede vivir plenamente tratando de hacerse más pequeña. Mi abuela perdió parte de su vida lográndolo y si algo aprendí de ella, además de atender a mis amigos a todo taco, es que, racionalmente, no vale la pena dedicarle un segundo a eso.
Fuentes citadas
1. El Club del 30% en Colombia busca impulsar la participación femenina a un mínimo de 30% en las juntas directivas y cargos ejecutivos en el país.
Sobre la escritora
Cristina Vélez
Decana de la Escuela de Administración de la Universidad Eafit. Historiadora, Mg en Historia y PhD en Administración de la Universidad de los Andes. World Fellow de la Universidad de Yale. Ex secretaria de la Mujer y de Integración Social de Bogotá.
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